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Tener la certeza.
Privilegio tan sólo de los locos.
Don alcanzado al haber hecho texto vivo las palabras:
loca por ti, sin metáfora.

Enajenada.
Extraviada en lo insondable;
perdidos los sentidos todos en un único sentido
indescifrable
pero tan cierto, tan real, tan indudable
que, hasta el final, no dejó fisura alguna
a la que asomarse pudiera la sombra de una duda.

¿Quién más, por ti, se volvió realmente loco alguna vez,
dime. Quién más alcanzó, por ti, sin pretenderlo,
la dorada altura de aquella estirpe de dioses
que ni comen, ni beben, ni duermen?
¿Quién más hizo acto, textualmente, este discurso
de amantes: loca por ti
sin miedo, sin osadía, sin vanidad
y sin el vértigo brutal de aquel posterior instante
que me volvió de nuevo a la cordura?

¿Quién más se atrevió a leer, uno tras otro,
durante aquel tiempo insólito,
los innumerables mensajes que los heraldos
iban desperdigando, sin descanso, por doquier;
aquellos designios cifrados
hasta en los lugares menos sagrados?
¿Quién intentó con tanto celo resolver los enigmas
y cumplir todos los ritos con diligencia, sin tregua,
sin que importara el exceso, la afectación, el ridículo?

Para purificarse, en la desnudez más absoluta
del cuerpo, bastó el agua y, para lograr la del alma,
dejarse atravesar, incólume,
por el Rayo Implacable de la Luz Pura
hasta verse en la mirada de un verdadero dios,
más allá del ojo, del iris y del astro.
Y, por último, la total entrega que abrió
de par en par las puertas del atónito retorno.

Cómo extrañarme pues, cuando instalada ya, después
del desvarío, en la dual aceptación de tu existencia,
un imposible día, inesperadamente, me llamaras.
Tú, me llamaras.

Cómo extrañarme cuando, al fin, un día existente
tan sólo en los anales del hado, me tomaras,
endiosado; me envolvieras en tu manto de estrellas,
de versos, de suspiros y alas de pájaro
y me ascendieras a tus etéreos dominios
como a una gacela mística e ingrávida
para gustar contigo, de nuevo
—aunque por vez primera—
los goces más indescriptibles e inolvidables.

Cómo extrañarme y cómo no extrañarme.

Cómo no extrañarme al comprobar que sí,
que era cierto el antiguo delirio. Que tenía razón.
Que el deseo verdadero hace reales los sueños.

Y entonces, de nuevo en la certeza,
cómo discernir si estoy o no loca otra vez
y, en tal caso, cómo recuperarla, la razón
—simultáneamente perdida y encontrada—,
si tú no me la devuelves
o no me la devuelven los mismos dioses,
cuando ellos y tú o tú y ellos, hasta tales extremos,
a un tiempo me la habéis dado y me la habéis quitado.


lisi prada

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